8/27/2006

2 de Agosto. Under pressure

Mis esperanzas de encontrar un sitio digno para establecer el campamento base se diluyeron con la necesidad de encontrar un techo bajo el que dormir. Ese comezón me impidió disfrutar de mis primeros días de trabajo, aunque tampoco iba a disfrutar mucho de leer documentación de todos los colores, para qué engañarnos. Al menos el recibimiento de los compañeros fue caluroso. Hasta el “gran hermano” de la compañía se congratulaba, en el boletín interno de la empresa, de la llegada de un nuevo ingeniero, gracias al cual se corregiría el retraso acumulado del lanzamiento del nuevo producto en cuestión e iba a estar listo para septiembre. “No pressure on you, Juan” dijo Mike, el director de mi departamento, mientras el descojono general que nos entró a todos los desarrolladores rompía la silenciosa atención con la que se iban leyendo las pretensiones temporales del acaudalado propietario. Era mi primer Team Brief, lo recordaré con cariño con toda probabilidad. Y eso que apenas me enteré de nada.
Pero mi mente seguía, no obstante, recorriendo las habitaciones que había estado viendo durante la semana, decidiendo con cual quedarme. Puesto que decidí no quedarme con ninguna, me puse a pensar con cual iba a pasar menos miedo, y me metí en la que había menos gente. Mejor que un baño para diez personas que, en el mejor de los casos, se limpia una vez a la semana, seguro que sería. O no, a saber.
Me mudé, por tanto, a Falmouth, un lugar algo mayor que Penryn, donde hay un Tesco, un Argos y un Trago, que manda huevos el nombre, ya que, sorpresa, no se trata de una licorería. Falmouth se caracteriza por lo grande que son ciertas cosas: puedo prometer que no he visto gaviotas mayores (seguro que esperabas cualquier otra cosa, viciosillo/a). Es más, alguna te mira tan desafiante mientras le hincas el diente a un sándwich que incluso llegas a pasar miedo y le regalas la mitad temiendo por tu vida a causa de un picotazo en el costado o en un testículo. Con tanta gaviota, Miguelín disfrutaría como un cochino viviendo en este lugar. Bueno, en realidad Miguelín disfruta como un cochino cada vez que disfruta, es lo que tiene.
Pero hay más: mientras contemplaba atónito un tapón de Fanta que flotaba que resultó ser un abejorro, me percaté de la terrible realidad: había más y me tenían rodeado. Era como vivir entre compresas con alas que cobraban vida y alzaban el vuelo buscando un futuro mejor para sus hijos, los salvaeslip evax tanga. Y claro, a mí estas cosas me dan repeluco. Los abejorros, digo.
Ya veremos como avanzan las negociaciones del proceso de paz entre yo, minoría absoluta, y la vida.

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