8/27/2006

11 de Agosto. Lady Marmalade

Mi trabajo va cobrando forma, y yo voy cobrando a mediados de la semana siguiente, que ya tocaba. Sobre mi mesa tengo dos osciloscopios (digital y analógico), una vivisección del mezclador que lanzamos en poco más de un mes, un ordenador y un soldador, con lo que me parece que he vuelto a los mundos del arseniuro de galio y la histéresis. El driver que estaba haciendo para una de las placas que lleva ya funciona, así que creo que me he ganado el pasar el training de tres meses, pero nunca se sabe, así que hago lo que esté en mi mano para tener contento a mi jefe. Eso que piensas no lo hago.
Tenemos bastantes aficiones en común: nos gusta tocar la guitarra, la fórmula uno y las carreras de motos. La principal diferencia radica en que es vegetariano y a mí me gusta más un cochino que a un tonto una gorra de cuadros, pero podremos vivir con ello. Además, en los descansos intermatinales me estoy convirtiendo en el mejor jugador español de críquet de la historia (al menos en el único). Ya sólo me falta aprender a lanzar la bola, que es bastante más difícil que darle.
El jueves había bolos, cervezas y cena en un hindú-nepalí, todo pagado por gente que no conocía, por lo que la cosa no podía ser más placentera para la de Ubrique. Uno de los recién conocidos paganinis, David Lynch (no es broma, ni él es director de cine), fue el único que se preocupaba de que yo me enterara de lo que hablaban. Aquí la gente tiende a pasar de todo y de todos, y mi nivel de inglés sólo me da para hablar y escuchar a uno a la vez, no a siete, y menos con el inaudito acento local. Mi cabeza determinó que su único trabajo esa noche sería filtrar todo lo que oía, con lo que pasé una inolvidable cena acompañado de mí mismo y del homónimo del cineasta en ocasiones. Sin duda, lo mejor de la velada fue la cara de los camareros cada vez que te pedías una cerveza y le decías que lo apuntara a la cuenta de David Lynch.
Eso sí, como en España, me percaté de que la vida sexual de alguno de los contertulios era el epicentro sobre el cual giraban todas y cada una de las conversaciones que, ajenas a mi persona, se entablaban en aquella mesa. Y como uno de los coetáneos había conocido a su filipina esposa por Internet y, según las fotos de su portador, le cabía bastante, era el blanco de todas las bromas. Y él era muy feliz así (y hubo gran regocijo en ello). Hay cosas, por tanto, que son independientes del país, como la pregunta de todas las conversaciones entre hombres alcoholizados: Jam or chocolate?

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