9/04/2006

13 de Agosto. Cemetery gates

El domingo comenzó muy pronto, concretamente a las 3:45 de la mañana. A esa hora escuché la puerta de la calle y como entró gente que se alojó, vociferante, en la salita. Por sus voces pude comprender que se había repartido alcohol y que estaban a punto de repartirse unos coitos. Me imaginé que la tangada estona, en un acto propio del más fiero de los despechos, había salido a pillar cacho, aunque recordé unos hilarantes comentarios de la amiga acerca de la ligereza de sus cascos, y comprendí que lo propio en ella era, simplemente, el acto.
Me levanté de la cama a eso de las nueve, y me dirigí al servicio, donde una espalda masculina desconocida en plena micción me impidió el paso. El impacto no hubiera pasado a mayores si no me hubiera percatado del slip negro apretado del amigo, de cuya parte posterior salía una especie de simulacro de cola de cocodrilo de peluche. Tan sólo recé en ese momento porque no se diera la vuelta. No quería ni imaginarme como sería el maromo y su slip negro por delante, ni tampoco quería que me viera descojonarme ante aquel esperpento.
Desayuné y me encerré en la habitación a recapacitar sobre el sentido del contrasentido de mi vida, hasta que me invadieron cientos de hormigueos diferentes y me fui a dar un paseo. Mientras me acercaba por primera vez a la playa, soñaba despierto que me iba quitando la ropa, hasta acabar completamente desnudo, mientras iba corriendo por la playa, cual rollizo sucedáneo de Bo Derek, pero de nuevo la desilusión se hizo dueña de mi estado de ánimo. A unas piedras con verdín y cincuenta metros de arena se le llama playa en Inglaterra; vamos, que no me hubiera dado tiempo a quitarme ni la gomilla del pelo. Aún así tiene que ser un sitio divino para pasear, tomarse unas cervezas con los amigos y hacer una barbacoa nocturna. La pega es que el alcohol y las barbacoas están prohibidos incluso de día. Pasear aún no.
La conclusión a la que llegué después de todo es que Falmouth es una especie de hogar del pensionista; un sitio donde, a modo de cementerio de elefantes, se desplazan algunos jubilados ingleses, lo suficientemente poco hábiles como para no haber comprado por la mitad de precio un piso en alguna de las islas o playas del litoral de Iberia, donde, además, sus prótesis de cadera les hubieran salido de balde. Volví a mi casa, que seguía invadida por extraños machos en celo que voceaban escaleras arriba y abajo y daban portazos, y me puse a escribir un día triste, un día que me hizo preguntarme repetidamente qué hacía yo allí.

1 comentario:

Carcadiz dijo...

Hola artista.

Me he tirado las últimas dos semanas en España y no he tenido tiempo de bichear tu blog.

¡Vuelvo a la carga!

Un abrazo.